etéreas.
El dolor que tenía clavado en su cuello entumecido se fue disipando sin que se diera cuenta y por primera vez se sintió Kalanchoe. Creciendo desde una semilla galopante del viento decidí detenerme en la cornisa de su balcón. Entre el óxido de la reja cuadriculada y la cal descascarada, sin más tierra que el polvo acumulado. Ya soy cinco hojitas gordas y puntudas que gritan al vacío YO SOY KALANCHOE.
El rojo aparece y desaparece tras la ceniza grisácea ennegrecida, como un juego de luces enmarañadamente escandalosas. Así vuelvo a ser Kalanchoe, sigo creciendo con un tronco cada vez más grueso y suculentas hojas cóncavas con cascabeles adornándome y me estremezco en un estornudo liberador de obscenidades que eyaculan mil semillas al vientre del viento. Volamos por la ciudad un domingo tempranísimo fisgoneando balcones olvidados.