Acontecimiento tan esperado como temido, aquel día templado de septiembre mi madre decidió que volveríamos en colectivo. Salimos de la concheta Villa Ocampo a eso de las seis de la tarde y el ocaso apenas se insinuaba. Mientras yo escribía esta cursi descripción la miraba de reojo y me reía para molestarla. No habían pasado ni quince minutos cuando comenzó a carraspear incómoda.
Siempre tarda tanto el colectivo? me
preguntó disimulando su creciente inseguridad. Y...si, es el 60, le respondí.
Se puso la cartera en su regazo, la abrió, la cerro. Se acomodó el chal por
encima de los hombros y lo bajó nuevamente hasta trabarlo alrededor de sus
codos. Porque está oscureciendo, dijo bajito.
Los factores de riesgo comenzaban a
sumarse en su cabeza, tan vívidos como secuencias de una película de terror. La
avenida Libertador a la altura de Beccar, se convertía para ella en una
ambientación que propiciaba la escena trágica. Un lugar inhóspito, como una de
esas estaciones de servicio abandonadas, al costado de una ruta donde pasaban
autos y camiones a las chapas, indiferentes a las desafortunadas protagonistas.
Debe ser el peor lugar para esperar un colectivo, insinuó. Es tremendo el
ruido, parece que salieran disparados los autos... y encima el humo de los
caños de escape... como que te cierra la garganta, no?, dijo como sugiriendo un
cambio de planes. Si, reíte, ya se que te estoy dando material para una de tus
historias, se dio cuenta medio ofendida. Pero la verdad que podríamos ir
caminando, quizás encontramos una remisería, soltó casi como una súplica.
Ante la inminencia
de un ataque de pánico no tuve más remedio que dejar las notas y comenzar a
caminar. La suerte quizo que la curiosidad nos ayudara. A una cuadra de la
parada había un museo de arte contemporáneo y como se veía interesante propuso
que lo visitáramos. La entrada era cara y ya estaban por cerrar, pero se ve que
la chica de recepción se apiadó del aspecto desahuciado de mi madre y aceptó
pedirnos un remis. Hasta nos dejó esperar en el hall y aprovechar para dar unas
miraditas furtivas a las obras. Una en particular me llamó la atención, una
gigantografía con la foto de una instalación al aire libre. Era una mujer hecha
en papel metalizado, parada, planchando una especie de bebé sobre la tabla.
Todavía intentaba descifrarla cuando la chica nos avisó que el remis había
llegado. Apenas nos subimos -era una cómoda Kangoo por cierto- nos pasó raudo
el 60, dándole la razón al tan mentado Mr. Murphy. Igual seguro no iba a tener
asiento, dijo relajada y conforme mi madre.
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