Allá va Benjamín, con los
dos bolsos, el balde con herramientas y telas varias y tres anteojos
superpuestos sobre su nariz poceada. Los ojos se le ven enormes a través del
cristal. No huele tan mal como podría esperarse por la grela acumulada en su
campera de doble forro. Sobre la vereda dejó el colchón, con la frazada que le
dieron anoche los del gobierno y un taper con asado que le convidó una vecina.
El del kiosco de diario le cuida las cosas, así que se va tranquilo a conseguir
unos mangos para el almuerzo. Si quisiera aniquilaría a todos con un chasquido,
pero no lo hace porque no es resentido. No, es un Dios justo y misericordioso.
Un Dios que conoce hasta el último de los boicots de la liga masónica, pero
aguarda con paciencia a que sus discípulos puedan verlo. En esas digresiones
iba su cabeza cuando llegó al banco. Saludó a la recepcionista, como siempre,
agarró una revista que todavía no había ojeado y se fue al baño. Salteó algunas
páginas hasta la imagen desplegable y se desató el cordón que hacía de
cinturón. Comenzó a darle a la manuela como un verdadero experto, con un
equilibrio planificado de ritmo, frecuencia y presión. Llegó a la conclusión
lógica en uno de los tarritos de plástico que ya tenía la etiqueta con su
nombre. Lo tapó, se ató nuevamente el cordón y salió más relajado. Le dio el
frasquito a la pelirroja del laboratorio y pasó por la caja para cobrar. La
revista se la guardó en el bolso, total ya no le decían nada. Salió derechito hacia
el tenedor libre de los chinos y se comió cinco platos seguidos de chau fan.
.....
Mirta: No, pará, pará
Ricardo, no puedo, no puedo, no.... no sé qué me pasa, no puedo.
Ricardo: Bueno Mirta, calmáte,
calmáte, si no querés no hacemos nada. Me confundí, pensé que ahora sí....que
ya estabas lista, perdonáme.
Mirta: No, lista no estoy.
Bah no sé, cuando se supone que debería estar lista, ya hace un año que trato
de estar lista. Pero me sigue dando pánico. Pienso que eso me tiene que entrar
ahí y...me desespera. Pero tengo tantas ganar de tener un bebé.
Ricardo: Bueno Mirta, pero
cuando te casaste conmigo sabías que era prácticamente estéril.
Mirta: Si, ya sé, pero yo
tengo la esperanza. Igual si no podemos hacerlo...no sé ni que digo ya.
Ricardo: Mirá, si a vos te
hace feliz podemos buscar la forma. Quizás quedando embarazada te dan ganas. El
otro día me contó Alberto que su mujer se embarazó con inseminación artificial
y que fueron juntos al banco de esperma, para elegir. Qué te parece?
Mirta: Y...dale, al fin y al
cabo vos vas a ser el verdadero papá.
Al otro día Mirta y Ricardo
fueron al banco de esperma y eligieron uno de los donantes. No pusieron ningún
requisito, querían que fuera lo más anónimo posible. Esa misma tarde el
ginecólogo inseminó los miles de espermatozoides en la estrecha vagina de
Mirta.
Dos meses después recibieron
la visita de Guido, un amigo gay de cuando Mirta estudiaba psicología. Hacía
años que no lo veía, así que ninguno tenía idea de sus vidas. Se pusieron al
tanto de las novedades y cuando se iba, Guido le dijo con toda seguridad que se
la veía embarazada.
Así fue, siete meses después
nació un varón, al que bautizaron como Ricardo Jr. o Ricardito para la familia.
Eso sí, el parto fue bastante más doloroso de lo normal y fue presenciado por
médicos, enfermeras, empleados administrativos y de limpieza, todos los que
pudieron entrar en la sala y que no querían perderse un parto tan atípico.
La madre y el niño recién
nacido recibieron muchas visitas, hasta se acercaron algunos políticos y
empresarios con regalos de todo tipo.
Ricardito creció y creció
hasta convertirse en un joven apuesto, barbudo, hippie y fumón. Cuando hablaba
con alguien en la calle o en un bar la gente se acercaba para escucharlo
filosofar y algunos hasta le pedían consejos. Ricardo padre intentó convencerlo
de trabajar con él en el taller mecánico pero no tuvo éxito. Sabía que su hijo
era un espíritu libre y que no podría retenerlo.
Así que Ricardito empezó a
juntarse con los pibes de su barrio y con los de la villa. Fumaban y tomaban
juntos pero todos le tenían un respeto que no le tenían a nadie más. Caminaban
detrás de él por entre los pasillos mientras él llamaba más pibes para armar un
picadito. En la canchita, después de hacer milagros con la pelota, se sentaban
a debatir sobre Marx, el Che, Perón y Montoneros. Los pibes se iban a sus casas
con ganas de prender fuego todo, pero él los serenaba. Había uno con el que
Ricardito tenía una relación especial. Javier era un peruano morochazo y
corpulento, sobrino de Marco, el narco más pesado de la villa. Se habían sacado
la ficha de entrada y como a ninguno de los dos les gustaba dar vueltas se
apretaron ya la primer noche, en el baño de un bar. Tuvieron un amorío álgido
pero breve, porque a Ricardito le gustaba la variedad.
Javier no pudo perdonarlo.
El resentimiento le fue ocupando todos sus pensamientos y finalmente decidió
cobrarle al tío el favor por la última venta. Le pidió sin rodeos que se
hiciera cargo de la situación.
Unos días después, cuando Ricardito
salía de la casa de otro de los pibes, lo agarraron entre varios. Cuando llegó
la ambulancia no había nada para hacer, anunciaron. Se lo llevaron a la morgue
del hospital, donde sus amigos se congregaron para llorarlo.
Aterrado, Ricardito despertó
del coma catatónico acostado en una camilla fría y dura. Se puso una bata que
encontró y caminó hasta la entrada. Allí lo observaron todos, entre la
fascinación y el pánico. Explicó lo que le había pasado y les pidió que lo
llevaran hasta la costa. En procesión, se iban sumando personas que nunca
habían conocido a Ricardito pero sentían curiosidad. Él fue el primero en
meterse al agua y el resto lo siguió, aunque era pleno julio.