viernes, 27 de febrero de 2015

Historias de no miércoles: Los mocos del guerrero






Cuando Bárbara vio que Néstor subía el tobogán al revés supo que no iba a aburrirse durante los próximos años. Con las zapatillas de suela de goma como freno, sostenido con las dos manos por el borde de plástico, su hijo mira a la nena que espera su turno para deslizarse, sentada en la cima. La perfecta niña rubiecita, de unos seis años, se ríe a carcajadas porque espera verlo resbalar en cualquier momento. Él, de apenas tres años, sigue su escalada, calculando con precisión donde coloca cada pie, sin apurarse ni dejarse importunar por los griteríos de la fila que se va engrosando en la escalera. La nena entiende finalmente que no es una payasada más y arranca a patalear repiqueteando sus sandalias de Violetta contra el tobogán, lanzándole enervantes agudos al intruso. Desde el banco Bárbara los observa, medita sobre las repercusiones que una pelea de enanos tendría en sus padres sobreprotectores y anticipa la densidad de sus quejas. Como el grupo de madres utilísima está entretenido elogiando el vestido nuevo de la pechugona, decide estirar un poco la intervención, apostando a la diplomacia infantil. 
Llegado frente a la niña gritona Néstor se prende de la baranda con la mano izquierda y con el índice derecho comienza a escarbarse la nariz. Se saca una bolita de moco amarillento, la redondea con esmero, la examina y se la pega en el cachete a la nena. La pequeña caprichosa enmudece por el asco. En cámara lenta su boca se abre en una amplia O, sus ojitos se achinan y su glotis inicia un vibrato chillón al son de un llanto mezclado de mamases y acusaciones incomprensibles. Bárbara comprende que la diplomacia ha fracasado una vez más pero desearía poder seguir observándolos sin delatarse. Respira hondo para disimular la risa y con toda la parsimonia camina hacia el tobogán. Cuando llega, ya la madre de la niña acongojada está levantándola de la cintura mientras intenta entender qué le hizo quién. Otras dos nenas mellizas y un gordito de rulos escapan despavoridos por temor a recibir un impacto de moco. Quedan solo una nena y un nene más grandes que le explican a Bárbara la razón de la turbulencia. Néstor, desde lo alto del tobogán, les grita a sus compañeros de juego: ¡Vengan! Los nenes se miran unos segundos, se ríen sin razón aparente y corren rodeándola a Bárbara, hacia la parte delantera, a subir por la bajada.

miércoles, 18 de febrero de 2015

Historias de miércoles: Fahrenheit 81

Una noche templada de febrero, lluviosamente veraniega. Se siente como que afuera debe estar más fresco. La Negra corre el ventanal y entra una cortina de gotazas, viento y motores de colectivos.
¡Eleeeeee! ¡Está pasando el 60 por acá! ¡Y el 152, y el...están pasando todas las líneas por acá!
Si , ¡está todo cortado! La respuesta de Keta se extiende en un refunfuño ensimismado, demasiado críptico para siquiera cautivar la atención de la Negra. Ella tiene la vista estirada a lo lejos, hacia la otra esquina. Un reflector improvisado por la mega torre de enfrente le colorea el contorno de los rulos húmedos.
Noooo, ¿sabés quién va ahí? Ahí pasa la escoba de Harry Potter. ¡No se da cuenta que puede ir por arriba de los autos la boluda! Es que está como hechizada...
¿Esta Hechizada también?
SI, claro. Y ahí viene Cacho Castaña, saluda sentado adentro del cajón. Tiene un pucho en la mano, es un inconsciente, ¡se va a morir así! Pero no se la ve pasarla mal eh...va rodeado de gente, las nenas, los nenes...Mirtha va rodeada de su cubo de cristal, que es invisible a los ojos de los plebeyos igual eh. Mirtha es la Blanca Nieves original, la de antes de Disney.
Boca ataca a Palestina. 2 a 0. Ni eso la distrae.
Daniel Tinayre, como buen franchute, ya lo sabía esto. No la quería, porque nadie la puede querer a Mirtha, porque al ser una semidiosa es...inquerible. La vieja la pasa muy mal cuando va a al baño...sí, pobre. Porque mea diamantecitos. Amarillos. Que después, una vez cuando andaba por Once hay un lugar que te vende pulseras con esas piedras y te dicen que es la piedra pura de la salvación, o no sé de qué, pero en realidad es el pis de Mirtha.
¡Bueno cerrá querés, que se entra la baranda de Cacho!.


martes, 10 de febrero de 2015

Historias de miércoles: Picado fino




Andaba de un lado a otro como sandía en carro...
¿Qué???
Naaada, que andaba de un lado a otro como sandía en carro, el David
¿Y cuándo lo viste vos al David?
Alguien golpea las manos en la puerta. Ruth se incorpora con todo el desgano posible y camina hasta la entrada. Cuando abre ve a un morocho macizo bajando cajas de una Traffic. Tiene dos enormes aureolas oscuras debajo de los sobacos de su remera gris.
¿Qué es ésto?
Dijo el David que usté ya sabía...
Ruth deja la puerta abierta para que el muchacho entre las cajas, va a la cocina, se sirve un tereré, pasa el trapo rejilla por la mesada y se queda inmóvil, mirando la multiprocesadora.
¿Qué se pirateó ahora?
Ni ideaaa che...yo me lo encontré en el casino, nos tomamos un par de cervezas y me dijo que iba a llegar algo a tu nombre. Que lo guardáramos unos días y él después lo mandaba a buscar. Cuando salimos iba como atando la calle, en zigzag, cuesta abajo. No sé cómo no se fue de boca ese...
Aja...
Ruth le da el termolar y el mate a Peteco y le pone cara de “sebá y callate”. Abre una de las cajas y saca una riestra de salamines picados fino.
Peteco andá y comprate un cuarto de queso Mar del Plata, querés?
Cuando escucha cerrarse la puerta Ruth saca del fondo de la caja un paquete envuelto en cinta de embalar. Lo lleva a la cocina, corta una punta con un Tramontina y prueba la mercadería.
Después de guardar los paquetes en una valija grande, la sube al baúl del auto. Se cambia de vestido, cierra la llave de paso, abre el garage y sale marcha atrás, enfilando hacia el sur.




miércoles, 4 de febrero de 2015

Nueva serie: Historias de miércoles





Estas coles son las mieses de nuestros ancestros.
Klaus, el dorado

No sé qué es lo peor, la verdad no lo sé. Creo que ese paso pusilánime del peón, ese desperdicio gratuito de un casillero al inicio del juego. Si te lo están dando de yapa, por qué resignarlo???? Nadie en su sano juicio deja pasar el ingreso al cuadrado central. Y los que así se mueven deberían estar sentados en este sillón, no yo!!!!
Crash. Se rompe el cenicero de cerámica contra el piso. Abren la puerta. Jefa de enfermeras: Todo bien? Si Matilde, tranquila, fue una torpeza nomás. Dice Jacobo.
Por qué te enoja tanto que las blancas se muevan un casillero en vez de dos?
Es que no es solo eso!!. Si Esther aprieta un poco más la uña del índice derecho contra el huequito detrás de la rodilla puede que logre un pequeño corte. Pero él le ofrece un cigarrillo.
Ese avance no es más que un acto de cobarde negligencia doctor. Es abrir una diagonal oscura y tan despejada a la vez. Una ruta sin sobresaltos que abre el juego con una sentencia de muerte para el pobre dignatario blanco. Un movimiento temerario, mucho más contranatura que los degenerados del otro pabellón. 
Los ojos de Esther se clavan en el portarretratos sobre el estante de la biblioteca, detrás del Dr. Carrizo. Cuenta la cantidad de escalones que descienden los novios.
Son seis. d3 es justo la mitad...dice Esther mascullando. Sus pupilas se pierden y vuelven por casualidad a los ojos de él. Ella casi nunca deja de sostenerle la mirada, como si la sujetara alguna especie de respuesta inminente. 
Cuando el peón avanza hasta d3 no está solo dejando vulnerable al rey. Le abre el juego al alfil defectuoso, al segundón, y lo peor es que la reina debe mirarlo todo, impávida. No podrá todavía conquistar su libertad y terminará probablemente sacrificándose por el soberano. Es enervante...dice.
La sesión termina justo con el timbre del almuerzo. Esther camina por el pasillo con las manos en los bolsillos de su pantalón de corderoy marrón, rascando la madera de un caballo negro. Estrictamente solo le queda la cabeza del caballo, aunque hace más de un año que lo lleva a todos lados con ella. Se detiene junto a la ventana para intentar descubrir quién la trae a la psiquiatra nueva. Ahí baja de un taxi sin ningún acompañante, corre hasta la entrada protegiéndose de la lluvia con su portafolios y se pierde en el hall. Quizás podría pedir cambio de psiquiatra, después de todo a Teresa se lo permitieron., aunque en realidad ella no...
Hay una revista entre el respaldo del banco de madera, el de las visitas, y la pared. Se ve que se le cayó a alguien pero no hay nadie para reclamarla. Es una de variedades de hace un par de años aunque no reconoce a nadie en la portada. La hojea apurada, mojándose el anular cada tres páginas. Casi llegando al final reconoce una foto. Es Kasparov, en una entrevista después de la revancha contra Deep Blue. Abrió con d3, Kasparov abrió con d3!. Lo repite varias veces más en automático, como un mantra ahogado por el barullo de platos y cuchillos.