lunes, 29 de octubre de 2012

HISTORIAS EN 350 CARACTERES: Game over




Son las 3 am. Acaba de cerrar la única copia de su nueva novela, cuando la taza de café decide caerse en su notebook. Inmutable, mira como el líquido se filtra entre las teclas. La pantalla se pone azul; la invaden códigos incomprensibles. Luis se levanta, se sirve otra taza y la derrama lentamente sobre el aparato. Sale al balcón. Iluminado por la luna, fuma un cigarrillo. La notebook sale volando y se estrola en la calle.

domingo, 14 de octubre de 2012

UNA VIDA DE VENTAJA - Tributo a La Renga




La muerte está tan segura de vencer que nos
da toda una vida de ventaja
(Cuándo vendrán, La Renga, Insoportablemente vivo)



Rezo por tí, hermano en Cristo! Si das lo mejor de tí Dios te quitará el sufrimiento!, dijo el pastor brasilero en la televisión. Son las dos de la madrugada del lunes. Desde el viernes a la noche que no  me levanto de la cama más que para ir al baño y agarrar galletitas y leche. El celular sonó muchas veces pero contesté una sola llamada, ayer al mediodía. Era mi hermana, que quería saber cuándo voy a devolverle los mil mangos que me prestó hace un mes. Le dije que esta semana van a pagarme la indemnización. Se me cagó de risa así que le corté antes de que empezara con la perorata de siempre. Me quedé mirando la pantalla del Nokia y cuando sonó de nuevo lo estrolé contra la pared. Saltaron todos los pedazos por el aire. Levanté la batería y la carcasa y los tiré a la basura. 

Desde la cama puedo ver el Fernet que sobró del fin de semana pasado. Sólo tengo que agarrar las dos cajas, juntar todas las píldoras en un bowl y aplastarlas con el mango de la cuchilla. Habría que triturarlas bien, hasta que se hagan polvo, para disolverlo en un vaso bien cargado de Fernet con Coca. Todo cierra perfecto, salvo que no se si la cantidad alcanzaría. Otra vez se me aparece la patética escena: alguien llega, llama una ambulancia y me despierto en la guardia de un hospital con un lavaje de estómago. Puedo ver las caras de mi vieja, de mi hermana, de Alejandra. Todas con los mismos ojos lagrimosos, mezcla de tristeza, culpa y bronca. Piensan seguramente que tendrían que haberse dado cuenta porque yo ya no era el mismo. A veces me irritaba por nada, otras me quedaba callado, mirando el vaso con cerveza. Pero se que me odian también . Están hartas de la misma historia una y otra vez, de tener que ir a buscarme tirado en algún bar o en la comisaría. Hartas de que pierda un trabajo tras otro, de las discusiones familiares, de las recriminaciones. Están frustradas pero ya no quieren saber más nada, no se van a hacer cargo, no me van a ir a buscar si termino en la calle.

Volvió el latido en la mano. Está hinchada, deforme, y los nudillos sobresalen apenas, rojos y machucados. La piña fue directa a la mandíbula de mi jefe. No se la vió venir el muy pelotudo. Si pensaba que me iba a seguir forreando como a su secretaria estaba muy equivocado. Yo no me dejo forrear, por nadie, ni jefes ni minas. Si Alejandra no se las tomaba me iba a ir yo de la casa. A los chicos los voy a recuperar como sea, le voy a sacar la tenencia y me los llevo a Córdoba. Ahí consigo trabajo al toque.

Ya se hicieron las tres. Me visto y salgo. Se que apesto pero no me importa, no espero que la gente se me acerque. No quiero que la gente se me acerque. Me tomo el 60 Panamericana. Voy a ir de Escobar a Constitución y de vuelta a Escobar hasta que amanezca, sin decirle una palabra al chofer. Y ahí veré que hago.



Letra de Cuándo vendrán de La Renga:

Es que la muerte esta tan segura de vencer 
que nos da toda una vida de ventaja. 
Tu empresa líder funciona bien en el caos 
inventando analgésicos para poder seguir, 
cuando el mundo no tiene respuestas 
o se vuelve incomprensible, 
yo sigo acá, insoportablemente vivo. 
Si del principio hubiera aprendido a ser un animal 
hoy tendría un instinto noble a cambio de esta pena 
y si la ruta me va dejando sin aliento, 
sera que un buscador nunca llegara a destino. 
Cuando el mundo no tiene respuesta 
o se vuelve incomprensible, 
recuerda que un guerrero toma todo como un desafío. 

Cuando vendrán los días de sol y no tener mas esa nube en el cielo.
Cuando vendrán las noches de estrellas, 
y no tener mas en mi casa ese techo.
Cuando vendrá la canción primitiva 
y no tener mas sobre mi corazón, una cabeza.

viernes, 5 de octubre de 2012

HISTORIAS EN 350 CARACTERES: El que ríe último...


Thank you all mighty Ted Mosby



El pájaro está suelto, dijo una vieja, y cortó. Pensé que estaba loca, pero después lo recordé. Salí de casa enviciado por un deseo sin tiempo, tan denso como el primer día. Cinco años había esperado una segunda oportunidad y esta vez no se me iba a escapar. Corrí frenético las 20 cuadras que me separaban de ella. Llegué a su casa justo cuando despedía a su nuevo ex. Ailín, le dije, ¡tanto tiempo sin verte, qué casualidad!

lunes, 24 de septiembre de 2012

LA GRIETA DE DOLORES

Acá les dejo una interpretación ficcional, aún en desarrollo, de la historia detrás de esta escultura que pueden ver en una de las bóvedas del cementerio de la Recoleta, que ahora pertenece a la familia Orfali. Ellos compraron el panteón, que antes se encontraba abierto, a otra familia que no se sabe con seguridad quiénes eran. 
La primer foto es de la escultura como se la ve actualmente y la segunda es como supuestamente era a finales del siglo XIX, tomada de la colección Witcomb. Según la descripción de ésta última sería la tumba de C.A. Cranwell.

Banda de sonido, Gnossienne n°1 de Erik Satie:







Que derroche de dinero, hacer en Milán la escultura para nuestra tumba. Está en la Recoleta, al lado del panteón de la hija de Cambaceres, la que enterraron viva. Con la mitad de lo que costó semejante obra, Carlos podría haber mandado a refaccionar todo el depósito de la botica. Nunca me pareció que tuviera sensibilidad estética, pero hay que reconocerle que le dio buenas indicaciones al artista italiano.  Por lo visto es una virtud que siempre mantuvo oculta. Aunque la verdad es que no llegué a conocerlo mucho a Carlos. El pobre hace cinco años que nos viene a visitar todas las semanas, y se queda parado, inmóvil, un largo rato, recorriendo cada pliegue de mi camisón. Ojalá que se le olvide la última imagen y nos recuerde así, de mármol.

El diez de septiembre de mil ochocientos sesenta y tres, lo enfrenté a Carlos mientras él contaba lo recaudado. Le dije que bueno, que aceptaba su proposición de matrimonio. Le dije también que durante estos dos meses había reflexionado mucho y había llegado a la conclusión de que no encontraría a nadie con quien me llevara tan bien y que además no me hiciera problemas por trabajar. Si, aun mejor, él quería que yo trabajara, porque hacíamos una buena dupla para atender a la gente. Y a pesar de que yo lo había rechazado dos meses atrás, aceptó casarse conmigo sin hacerme ninguna pregunta, sin la menor duda en sus gestos. Sacó el mismo anillo que me había ofrecido, cuando se declaró en la fiesta de mi cumpleaños, el catorce de julio. Desde ese día lo tenía en el bolsillo del saco, por si yo cambiaba de idea.
 Durante esa fiesta me había empecinado con descifrar un olor. No era un aroma, era un olor prosaico, casero. Después de rechazar a Carlos, subí para alejarme de la gente y ahí estaba de nuevo, más cerca. Repollo. El Padre F., que justo salía del baño, me miró desconcertado. ¿Lo dije en voz alta?, le pregunté. Si, querida, me dijo él. Era el mismo Padre F. entonces, el que olía a repollo con vinagre. Y me acordé de aquel día: repollo, Camila, sexo, repollo, Camila, sexo, repollo, Camila, sexo…
Tengo 15 años y estoy ayudando a mi mamá a preparar el repollo, parada junto a la mesada de la cocina, cuando abre la puerta el padre F. Mi mamá deja de cortar la cebolla y queda inmóvil frente a él, con el cuchillo en la mano. Ella le dice que cómo puede ser, que Rosas mande a matar a Camila con una panza de 8 meses, que si a él no le importa que la chica sea como de la familia. El Padre F. me mira de reojo y le responde a mi mamá que no puede dejar que una libertina ensucie el honor de la abnegada comunidad irlandesa, que él mismo debe dar el ejemplo de justicia salomónica y apoyar la decisión del Restaurador. Que si Camila tuvo el valor para pecar como lo hizo, entonces lo tendrá también para recibir estoicamente las balas. Mientras habla, el padre F. corre una de las sillas y se sienta al costado de la mesa de roble. Carraspea. Mi mamá deja el cuchillo y le alcanza una baguette y un pedazo de queso. Él agarra el queso, raspa parte de la cáscara y lo olfatea varias veces, arrugando la nariz aguileña. Los pelos negros, largos, sobresalen de sus narinas. Cuando termina de olerlo, parte el queso en dos. Se santigua con el pedazo que tiene en la mano derecha y le da un mordisco. Se lleva la baguette a la boca, mastica. Por entre la mezcla pastosa de queso, pan y saliva se escucha su voz deforme: una impúdica, una mujer diabólica, que no se conformó con ensuciar su propio cuerpo, tuvo que pervertir un hombre de fe, dice. Cuantos más detalles da el padre F., más se me viene una sensación ahí abajo. Tengo que apretar las piernas para calmarla. Como en la fiesta de comunión de uno de mis hermanos. Ahora soy más grande, tengo diecinueve años. El padre F. está sentado en el sillón. Habla sobre la caída en desgracia del Restaurador mientras mira el escote de la sirvienta. Estos unitarios son unos salvajes, unos sucios amorales, dice.
Querida, ¿dónde tiene la cabeza?, me gritó el padre F., agarrándome el mentón. Estaba frente a mí, en el pasillo que separaba las habitaciones de mis hermanos. Él olía a repollo. Yo cumplía treinta años, pero tenía la misma sensación que aquella vez. Un latido que se iba hacia abajo, se concentraba y expandía, agradable pero doloroso a la vez. Así que no me importó. Tenía que hacerlo. Sabe Dios qué hubiera pasado si tanta sangre seguía acumulándose toda ahí. Le dije que fuéramos a mi cuarto. Seguramente debe haber pensado que lo estaba poniendo a prueba, porque primero se escandalizó… artimañas del oficio. Pero cuando vio que hablaba en serio se sonrió, como sorprendido por mi repentina lujuria. Entramos a la habitación. Me dio un empujoncito hacia la cama. Me levantó el vestido y la enagua. Él se quedó con la sotana puesta.
Mientras lo tenía encima se me apareció la cara de Ladislao. Estaba recostado al lado nuestro, y sobre él, a horcajadas, lo cabalgaba Camila. Ladislao nos miraba a los dos, divertido. Ella se sonreía, pero me miraba solo a mí. Como en un sopor. Se movía lentamente, con ritmo, alternaba pausas más largas y otras más cortas, la columna se le ondeaba, elástica. Sus gemidos eran melodiosos, envolventes; los del Padre, eran jadeos grotescos. Ahora, Camila empezaba a inclinar sus senos sobre el pecho de Ladislao, para hacer los movimientos más rápidos, más intensos. Estaba ida, concentrada en ella misma, orgullosa de profanar a su hombre célibe. Y sobre mí el padre F. derramaba gotas saladas de sudor y le salían unos ruidos guturales, deformes. Él me embestía, una y otra vez, con toda su enorme humanidad. Camila se preparaba para recibir a Ladislao. Ahí viene, me dijo ella, feliz. Ahí viene, repitió, para conjurar el encuentro, en sincronía. Camila, con su mejilla pegada sobre el pecho de Ladislao, aún convulsionado, me tocó la frente y me dijo: bendito sea tu vientre. El padre F. se desplomó sobre mí, extenuado. Fue en ese momento cuando encontré la grieta en el techo. Después de unos minutos se incorporó, se limpió con la enagua de mi vestido y se acomodó el cuello. La grieta parecía estar ahí hacía mucho tiempo. Bueno querida, el deber me llama, dijo y salió de la habitación. Debía ser producto de la humedad pero quizás era el movimiento del suelo que iba debilitando las paredes.
Durante las semanas siguientes, en la botica, me dediqué a hacer un análisis de las ventas y los costos que habíamos tenido en el año, porque Carlos era terrible para los números. Si era por él sólo hubiéramos ganado centavos. Yo atendía al público por la mañana y desde el mediodía hasta el atardecer me concentraba en los libros contables. Cuando vi la ganancia me di cuenta de que no estaba nada mal, el negocio funcionaba aún mejor que cuando lo administraba mi padre. Me acordé de la grieta en mi habitación y pensé entonces en separar algunos pesos para contratar un experto que apuntalara los pilares de la casa y reforzara el techo con tirantes nuevos. Iba a tener que darle las indicaciones yo, porque era la única consciente del peligro que representaba esa grieta. A mi alrededor sólo había gente simple, que no reconocía una amenaza hasta que los golpeaba de frente. Yo podía ver más allá, era obstinada y no me rendía hasta solucionar el problema. Mi madre en cambio, nunca había podido resolver nada si no lo decidía mi padre antes. Era una mujer sumisa, siempre con la mirada en el suelo. Cuando fue lo de Camila ella tenía treinta y dos años y ya me tenía a mí y a seis de mis hermanos. Se despertaba al menos dos veces durante la noche para amamantar a los mellizos, que la drenaban como vampiros. Se levantaba a las seis de la mañana para planchar la camisa de papá. Media hora se pasaba con el cuello, para que quedara con el ángulo justo que a él le gustaba. Era ella la que lo  afeitaba también. Preparaba el desayuno para todos nosotros, de ahí al mercado y a la vuelta fregar los trapos sucios. Almorzábamos y se ponía a limpiar el polvo, que todavía no había vuelto a acumularse desde el día anterior. A la noche me imagino que el corolario era abrir las piernas para que mi padre se descargara y le hiciera otro hijo. En total fuimos nueve. Todo lo hizo mi madre en la más completa ignorancia. Sólo se daba el gusto de tomarse quince minutos por día sentada en la silla mecedora, para cantar Oh Danny boy mientras se miraba las manos ásperas y ajadas. Me daban ganas de gritarle lo cobarde que era.
Así pasó un mes. Tuvimos días pesados en la botica, siempre había clientes y con Carlos no dábamos abasto. El dinero que había ahorrado para arreglar el techo lo tuvimos que invertir para comprar más mercadería. Pero la grieta no podía quedar así. Una tarde pensaba cómo ajustar los números cuando me di cuenta de que yo tenía un atraso. Porque mi organismo era muy ordenado. Nunca  se me había alterado el período y no tenía por qué fallar ahora. Seguramente se debía al cambio de clima, había estado muchos más húmedo de lo normal y todos saben bien cómo eso altera los humores.
Dos meses más tarde, mientras luchaba contra el insomnio, con la mirada clavada en la grieta, se me cayó un pedacito de revoque en la cara. Entonces me acordé de las palabras de Camila y me toqué el vientre. Estaba tenso, levemente abultado. Como el de mi mamá, cuando me hacía tocarle su panza para sentir las patadas de mi futuro hermanito, porque decía que según cuanto pateaba se podía adivinar el sexo del bebé. En mí nada pateaba, pero me sentía invadida. Esa misma noche decidí que le aceptaría la propuesta a Carlos. Se lo dije al día siguiente, en la botica.
Con la excusa de que en el verano tendríamos mucho más trabajo, le dije a Carlos que lo más conveniente era apurar la fiesta de casamiento. Mi madre insistió con que nos casara el padre F., porque había oficiado todas las ceremonias de la familia y era él quien velaba por nuestro bienestar. En esas cosas ella era intransigente, así que era mejor resignarse. Una semana después, el 16 de septiembre, celebramos la boda. Mientras el padre F. nos leía los votos sagrados del matrimonio empecé a sentir que las tripas se me querían salir. Había tomado sin respirar el asqueroso preparado contra las náuseas matutinas, pero no sirvió de nada. Aguanté hasta dar el sí y salí corriendo hacia el baño. Los nervios, me dijo Carlos después, mientras bailábamos. Sí, claro, le respondí y le acaricié la mejilla con el revés de mis dedos. Más tarde, en la habitación de la casa de Carlos, consumamos el matrimonio. Cuando se durmió comencé a examinar el techo. Podía dibujar la grieta, con sus ramificaciones entrecortadas, como raíces sin rumbo.
Hice los cálculos para que no sospechara y al mes de casados le dije a Carlos que estaba embarazada. Nacería sietemesino, un prematuro regordete, eso le diría después. Él lo creyó como si me hubiera visto las entrañas. La noche de bodas, yo sabía, dijo, levantándome en el aire por la cintura. Durante los meses siguientes él se dedicó a atenderme y a refaccionar el cuarto para el bebé.
Una noche pegajosa de diciembre, ya de seis meses, soñé que el bebé nacía para ahogarme. Yo dormía junto a Carlos, destapada, con el camisón levantado y arrugado de tanto dar vueltas en la cama. Se me veía todo y de repente me empezaba a desangrar, pero no me daba cuenta. Entonces la criatura asomaba un brazo, después el otro y aparecía la cabeza. Así se iba arrastrando por mi panza y mi pecho hasta que con sus manos diminutas se me prendía del cuello y me ahorcaba como un hombre. Desperté transpirada, con la boca pastosa. Me levanté, me serví un vaso de agua y me senté en la cocina. Sentía que me clavaban agujas en la cintura. El estómago lo tenía en la garganta y la vejiga me explotaba. Mirá, se ve que patea, había gritado aquel día la madre de Carlos, eufórica, cuando me tocó la panza. Me imaginé el pelo, negro seguro, y las uñas. Seguro que nacería con las uñas largas.
Al día siguiente, fui a verla a mi madre, como todos los domingos. Tomamos el té y me mostró la ropa que le estaba cociendo al bebé. Ella estaba convencida de que sería varón. Le dije que estaba mareada y fui a recostarme a mi habitación de soltera. Tenía que controlar la grieta. Había empeorado, ahora se extendía en varias direcciones, impredecible. Cuando salí fui directo a la botica, para revisar las cuentas y ver de dónde podía sacar algo de dinero para arreglar el techo, al menos para los materiales. El local era un desorden. Carlos era muy desprolijo, siempre dejaba los frascos en lugares distintos y así era imposible encontrarlos rápido. Había que revisar uno por uno. No sé cómo los clientes soportaban esperar tanto. Pero igual lo querían a Carlos, porque siempre les aconsejaba cómo aplicarse el ungüento o cuál era la mejor forma para bajar la fiebre de los bebés. Sabía mucho sobre bebés. Él tendría que curar al nuestro cuando enfermara. Lo mejor sería que yo me hiciera cargo de la botica y él se ocupara de la criatura. Porque él tenía el instinto familiar, en cambio yo era mucho más despierta para los negocios. Mi papá me había enseñado bien. Fue uno de los primeros en abrir una droguería, por eso se había ganado el reconocimiento y la admiración de todos. Además era muy lúcido, siempre tenía algún preparado original. Había venido de Irlanda para escapar de la pobreza, decidido a progresar. Y me enseñó que cuando se tiene en claro el objetivo hay que ser obstinado, abandonar todos los pasatiempos frívolos y no escuchar concejos de los que viven por inercia, decía. Cuando cumplí diez años me dijo que tenía que empezar a ayudarlo en el negocio. Me acuerdo muy bien ese día, porque yo estaba lustrando los muebles y cuando lo escuché tiré la franela y fui corriendo a cambiarme. Mi mamá se enfureció, no paró de gritar que mi lugar estaba al lado de ella, que mi deber era ayudarla y aprender a llevar adelante una familia. Fue la única vez que se atrevió a gritarle a mi papá. Él le respondió que como yo era la primogénita me correspondía formarme para administrar el negocio familiar. Cuando estábamos por salir para ir a la botica, mi mamá me lanzó una mirada resentida. Nunca me lo perdonó, aunque yo la seguí ayudando a preparar la cena y los domingos limpiaba.
No pude soportar ver mi botica en esas condiciones. Las cosas debían ubicarse según la demanda y no se podían dejar las sustancias peligrosas en cualquier lado. Como ese frasco que olía a almendras. Cuando era chica mi papá me decía que jamás debía agarrarlo así que él lo ponía siempre en el estante de arriba de todo. Ahora Carlos lo había dejado en el mostrador. Era tan descuidado. Así que me puse a ordenar todo, incluso el depósito. La panza me estorbaba terriblemente y a cada rato debía sentarme porque se me hinchaban los tobillos. Pero terminé rápido, me sobraba tiempo para pensar en los números. Si era necesario aumentaríamos todos los precios, pero esa grieta debía arreglarse.
Cuatro meses después, el domingo de ramos, cuando ya estaba de nueve meses, fuimos con Carlos a la misa de las siete de la tarde. El padre F. exhortó a perdonar a quienes nos ofenden. Después dijo algo sobre la vida virtuosa en familia y el milagro de la concepción. Llamó entonces a tomar el cuerpo de Cristo. Cuando estuve frente a él me miro el vientre redondeado. Tomó la hostia, la acercó a mi boca y antes de colocarla sobre mi lengua me rozó el labio inferior. Ese día, antes de acostarnos, le pregunté a Carlos si había visto la grieta. ¿Qué grieta?, me preguntó extrañado. En mi cuarto está, le dije, no para de estirarse. No creo que sea para tanto, me dijo riéndose. Que hombre tan necio, no valía la pena pedirle ayuda. A la mañana Carlos salió más temprano, para buscar la cuna que había terminado el carpintero. Ahora la grieta seguro que llegaba hasta la ventana. Me serví un vaso con agua. Hay algunas superficiales pero ésta era persistente, decidida a horadarlo todo. Eché el polvo y mezclé bien. Era incoloro, pero olía a almendras dulces. Cuando la calle vibraba cada pequeño temblor hacía que los cimientos se tambalearan y ahí la grieta aprovechaba para abrirse paso. Lo tomé en cinco largos sorbos. Me recosté en la cama. La grieta fue bajando por las paredes y con un calambre llegó hasta el piso. Vinieron más calambres, la grieta recortó un círculo alrededor mío y me fui cayendo, hasta que se cerró sobre mí.









jueves, 20 de septiembre de 2012

HISTORIAS EN 350 CARACTERES: Hágalo usted mismo


Dejá de decir barrabasadas, querés!, le respondió el don a la doña, mientras se sacaba el traje. En bóxer, medias y ojotas empezó a picar el piso de la cocina. Ella le cebó un mate y se fue a dormir la siesta. La mujer se despertó en la cresta de una ola pequeña, que la arrastró hasta el living. Está bien, llamá al plomero ese, pero decile que a mí no me va a robar eh!, gritó él, que flotaba agarrado de la caja de herramientas.



miércoles, 12 de septiembre de 2012

HISTORIAS EN 350 CARACTERES: Golpe de amor





Terminaron de vaciar las cajas de seguridad. Pusieron el dinero en una bolsa de arpillera,  las joyas en otra. Ricardo pensó en cómo tendrían que reformar la casa de Laferrere al volver de Brasil. Agarró el marcador indeleble y escribió en la pared: En barrio de ricachones, sin armas ni rencores, es sólo plata, no amores. Tomó un anillo cualquiera de la bolsa. Lo colocó en el anular de Ana, cerraron las cajas y salieron.

(Gracias a los ladrones del Robo del siglo de Acassusso)

domingo, 9 de septiembre de 2012

Polvo para el recuerdo





Mientras espera que cambie el semáforo en la esquina de Vicente López y Junín Alejandro se gira sutilmente y corrobora lo que temía. Por la vereda contraria, a una media cuadra más o menos, su mujer se intenta esconder detrás de un poste de luz. Seguramente lo sigue desde que salió de su casa. Decide entonces un brusco cambio de planes para salvar su pellejo en peligro. En vez de seguir por Vicente López y doblar en Azcuénaga hasta el edificio número 1978, dobla a la derecha por Junín. Sin apurar el paso se cruza de vereda, chusmea la entrada de la Iglesia del Pilar – la misma que lo escuchara decir “sí, quiero” aquel invierno de 1980 – y entra, como un turista más, en el cementerio. Se detiene un momento en el cartel señalizador que indica la ubicación de los panteones y toma el pasillo central. Pispea por encima de su hombro y alcanza a ver todavía la melena pelirroja de Silvina, su cornuda cónyuge. Cuando llega al Cristo central toma el pasillo diagonal que sale hacia la izquierda, corre algunos metros, dobla a la derecha, salta por la puerta rota y se mete en la cripta de su familia. Se esconde en el hueco entre los cajones y la puerta que todavía estaba entera y contiene la respiración. Se escuchan pasos que se detienen por unos segundos y retoman la marcha. Recién ahí Alejandro respira aliviado. 

Seguro de haberla evadido, sale del hueco y se para en el medio de la bóveda. Recuerda que la última vez que visitó a los finados fue hace unos cinco años, cuando llevó a un tasador para ver por cuanto podía llegar a vender el espacio. Si no se equivocaba, el de arriba a la izquierda era el jonca de Hermenegildo, su abuelo. El pobre había muerto con el hígado del tamaño de una pelota, por la cirrosis. De sus setenta años había pasado cincuenta tomando como un condenado. Bastante había aguantado, después de todo. Debajo de él, como debe ser, estaba su abuela Rosa, esposa de Hermenegildo. Según los rumores ocultos de la familia, esparcidos por su resentida prima Marta, Rosa había sido en su juventud una mujer de dudosas costumbres, muy hermosa, que trabajaba en un prostíbulo regenteado por el mismo Hermenegildo. Él estaba perdidamente enamorado de ella desde  que la había llevado desde Entre Ríos a trabajar al puterío. Así fue que después de un par de años se decidió a enfrentar a su familia y se casó con la puta, como la llamó siempre su madre Angélica. Al rememorar esta picante historia Alejandro recuerda que tenía que llamar a Graciela, para avisarle del imprevisto.
El teléfono suena apenas una vez y se escucha la voz preocupada de Graciela:
-          Hola, Alejandro?
-          Si Grace, soy yo. Estoy en el cementerio de la Recoleta, en la cripta de mi familia. No preguntes, venite para acá que después te cuento.
-          Queeé? Bueno… bueno, ya salgo para allá. Cómo se cuál es?
-          Fijate en el cartel de la entrada.
-          Bueno, besitos!
-          Chau

A los veinte minutos Graciela asoma su cabeza por el hueco de la puerta. Alejandro la sujeta con fuerza por debajo de los hombros y la mete en la cripta. Ella grita aterrada temblando entre sus brazos. Calmaaaáte nena!, le dice él para reconfortarla, no querías probar nuevas experiencias?. Graciela cede ante los besos fogosos de Alejandro, que le acaricia el cabello con una mano mientras le envuelve la cintura con la otra. Pero qué fue lo que pasó? Por qué estás acá?, le pregunta intrigada. Nada, Silvina me estaba siguiendo así que me metí acá para perderla. Pero igual pudimos encontrarnos, viste?. Acá tenemos un silencio de tumba, jaja, le dice mientras le mete la mano por debajo de la remera. Enceguecido por la calentura Alejandro la levanta y la sienta sobre la tumba central, entre una urna negra y otra celeste. Con el movimiento se caen los paños ennegrecidos que las cubrían. Cuidado, Alejandro!, le grita Graciela sobresaltada, que se van a caer las urnas. Tranquila, no creo que mis bisabuelos se enojen. Si el viejo me decía siempre “si podes hacerlo, hacelo donde sea pibe” le responde orgulloso. 

Por suerte Graciela tiene puesta una pollera sin medias así que a Alejandro no le resulta nada difícil acceder a la fortaleza. Tras los primeros embates ella se va relajando y pronto se olvida de que se encontraban rodeados de cadáveres. No más de algunos minutos dura el primer round, tal era la inflamación de los sentidos del amante. Se sientan entonces enfrentados, con sus espaldas apoyadas sobre los féretros. Alejandro saca un atado de Marlboro, agarra el último cigarrillo que queda y le da a ella un paquete nuevo. Mientras fuman, Graciela lo toma de la mano y le pregunta sobre su vida: el último torneo de tenis que ganó, la noche de póker con sus amigos, el yate que compró la semana pasada. Después del entretiempo, el semental ya se siente con fuerzas para arremeter nuevamente. Son varias las turbulentas acometidas y después de cada una viene el religioso cigarrillo como corolario vicioso, hasta acabar un paquete entero.

Estaba por finiquitar el asunto por séptima vez cuando Alejandro escucha gritar a una guía turística que el cementerio está por cerrar. Alicaído, abandona el juego. Antes de que pudiera abrocharse, Graciela le toma la cara con sus dos manos y le pregunta: La vas a dejar no? Mirá que ya compré la cama King Size como me pediste. Claro mi amor, esta semana la dejo, pase lo que pase, le responde él con su sonrisa ganadora.

sábado, 1 de septiembre de 2012

El viaje que no fue




Acontecimiento tan esperado como temido, aquel día templado de septiembre mi madre decidió que volveríamos en colectivo. Salimos de la concheta Villa Ocampo a eso de las seis de la tarde y el ocaso apenas se insinuaba. Mientras yo escribía esta cursi descripción la miraba de reojo y me reía para molestarla. No habían pasado ni quince minutos cuando comenzó a carraspear incómoda.

Siempre tarda tanto el colectivo? me preguntó disimulando su creciente inseguridad. Y...si, es el 60, le respondí. Se puso la cartera en su regazo, la abrió, la cerro. Se acomodó el chal por encima de los hombros y lo bajó nuevamente hasta trabarlo alrededor de sus codos. Porque está oscureciendo, dijo bajito.

Los factores de riesgo comenzaban a sumarse en su cabeza, tan vívidos como secuencias de una película de terror. La avenida Libertador a la altura de Beccar, se convertía para ella en una ambientación que propiciaba la escena trágica. Un lugar inhóspito, como una de esas estaciones de servicio abandonadas, al costado de una ruta donde pasaban autos y camiones a las chapas, indiferentes a las desafortunadas protagonistas. Debe ser el peor lugar para esperar un colectivo, insinuó. Es tremendo el ruido, parece que salieran disparados los autos... y encima el humo de los caños de escape... como que te cierra la garganta, no?, dijo como sugiriendo un cambio de planes. Si, reíte, ya se que te estoy dando material para una de tus historias, se dio cuenta medio ofendida. Pero la verdad que podríamos ir caminando, quizás encontramos una remisería, soltó casi como una súplica.

Ante la inminencia de un ataque de pánico no tuve más remedio que dejar las notas y comenzar a caminar. La suerte quizo que la curiosidad nos ayudara. A una cuadra de la parada había un museo de arte contemporáneo y como se veía interesante propuso que lo visitáramos. La entrada era cara y ya estaban por cerrar, pero se ve que la chica de recepción se apiadó del aspecto desahuciado de mi madre y aceptó pedirnos un remis. Hasta nos dejó esperar en el hall y aprovechar para dar unas miraditas furtivas a las obras. Una en particular me llamó la atención, una gigantografía con la foto de una instalación al aire libre. Era una mujer hecha en papel metalizado, parada, planchando una especie de bebé sobre la tabla. Todavía intentaba descifrarla cuando la chica nos avisó que el remis había llegado. Apenas nos subimos -era una cómoda Kangoo por cierto- nos pasó raudo el 60, dándole la razón al tan mentado Mr. Murphy. Igual seguro no iba a tener asiento, dijo relajada y conforme mi madre.

sábado, 18 de agosto de 2012

HISTORIAS EN 350 CARACTERES: Me cago en la plusvalía




Alberto aguarda en la fila a que abran la puerta del correo. Pide el formulario, lo completa y envía el telegrama de renuncia. Ya no siente el nudo en su estómago ni late a punto de estallar la vena de su sien.  Llega a la oficina y se explaya durante media hora en el baño privado de su jefe. Al salir coloca un CD de Frank Sinatra. Toma la mano de Irma la contadora, le susurra al oído y bailan apretados. Se despide con reverencias.

lunes, 13 de agosto de 2012

Dona Sangre Capítulo 2



Es medianoche. Bajo el umbral de una casa vieja, a reparo del reflejo plateado, una pequeña luz anaranjada late. Un joven fuma un cigarrito, con su otra mano en el bolsillo de una campera de cuero. Sus ojos escrutan la ventana del segundo piso del edificio número 2438, en diagonal a su posición. La persiana se levantó hace algunos minutos, pero la cortina semitransparente opaca el interior. Una silueta se para del otro lado y permanece unos segundos, como mirando hacia la calle. El joven despega su espalda de la pared y se para firme, expectante. Entrecierra los ojos en un intento inútil por aguzar su mirada. Suena su celular y se sobresalta.

-      - Hola, ¿Alexis?
-      - Si, ¿Quién habla?
-      -  Frank
-      - Ah, ¿qué decís?
-      -  Todo bien, ¿encontraste la dirección?
-      -  Sí, estoy justo enfrente
-      -  ¿Qué pensás hacer?
-      -  Por ahora observar, planificar
-      - Tan fácil no te va a resultar, no sale nunca
-      -  Solo me importa vengar a mi hermana, lo demás es cuestión de ingenio
-      - Bueno, te dejo. No me vayas a dejar pegado
-      -  Tranquilo, nunca hablamos
………………..
En la oficina de reuniones del canal se desarrolla un acalorado encuentro entre el presidente y el director de programación. El rating no fue el que se esperaba en el estreno de la comedia de Dona Sangre. El presidente le recuerda gritando a López Medrano que no le interesa que el canal sea original sino que lo mire más gente que a la competencia para que entre más guita en publicidad. Es tan simple como eso, le dice. Es que es un nuevo estilo de humor, solo hay que esperar a que la gente lo entienda y ahí sí que se va a disparar la cosa, le responde. Te voy a esperar tres capítulos más, si no, se baja, es el ultimátum del presidente.
Al salir, López Medrano se topa con Kevin y lo increpa ofuscado. Si no aparece en estos días que se olvide de seguir mandando guiones, le dice el director, necesito que escriba algo más básico. Kevin le promete que intentará convencerla y lo deja para ir a contaduría y buscar el cheque de Dona. Ahí aprovecha para seguir chamuyándose al rubio que lo atiende siempre.
………………..
En una comisaría un joven inspector recién ascendido retira el expediente de un caso archivado. Se trata del asesinato de Rita Meiner. Extrañado, le consulta a un comisario que mira televisión por qué no estaba clara la causa de muerte. El comisario carraspea nervioso, titubea y finalmente le responde que las marcas en el cuello eran inexplicables, así que se había decidido asentarlo como causa indefinida. Pibe, dedicate a lo tuyo, que ahí no vas a encontrar nada, le dice.

miércoles, 8 de agosto de 2012

Aquel verano en Gesell


Para variar un poco, una poesia que escribí el verano pasado, tomando sol en un balneario de Gesell. Conste que tenía una líneas de fiebre.

Hay que mirar al sol
pupilas clavadas
las sombras serán llamas
reflujo ácido
úlcera sangrante
derraman hambre
a borbotones
herida infecta
supura mentira
alguien
tirará la primera piedra
y caerá en el abismo
lo lapidaremos
sin culpa
con saña
poseídos
y olvidaremos.
……
una y otra vez
gritaremos
el sentido de las palabras
buscaremos verdades
en tierra yerma
tinta espesa correrá
roja
inútil

HISTORIAS EN 350 CARACTERES: Sueños de TNT


Cerraron los libros. Lía rozó la mejilla de Rosa con sus labios y le dijo que iba al baño. La calefacción la asfixiaba. Tiró la cadena, se lavó las manos y sacó la barra de trotyl. Fue a la habitación y la colocó debajo del colchón, en la cabecera. Durante la cena Lía sintió la mirada insípida de la madre de su amiga. Se despidió de la familia y se fue. A la 1 de la madrugada la cabeza del general estallaba en incontables pedazos.



domingo, 29 de julio de 2012

HISTORIAS EN 350 CARACTERES: En bondi con amor





Luis tardó varios segundos en responder cuando al subirse al colectivo el chofer le dijo: gracias por elegir la línea 71, espero que tenga un buen viaje. Recién había salido de la terminal así que era el único pasajero. Al llegar a Maipú el chofer rezongó y le preguntó si podía apagar la luz del cartel. Se me rompió la máquina, le dijo, no puedo subir a nadie. Así fue como viajó hasta Urquiza, al anochecer, con su chofer amigo.

miércoles, 18 de julio de 2012

HISTORIAS EN 350 CARACTERES: Furor de hincha

A los 43 minutos del segundo tiempo, a 16 metros del arco contrario, Rivero le tira un centro a Paz, que la baja de pecho, y a 140 km/h patea al ángulo superior izquierdo. 3 minutos más tarde Hugo cruza el alambrado y se abalanza con todo su enorme ser sobre el cuello del línea Mancuso. Ingresa la federal y se llevan al hincha a la comisaría 38.Un inspector lo palmea en la espalda y le dice: tenés razón pibe, adelantada "ésta".





domingo, 15 de julio de 2012

HISTORIAS EN 350 CARACTERES: La Chocómana

Estimados amigos voyeuristas, con este microrelato inicia la serie de historias en 350 caracteres, que podrán seguir en este blog o en mi facebook (Calliope Mcrainy)

Cuando ya se creía curada, Lucía sucumbió al irresistible impulso de comer chocolate. Pegada al fuego, con pantuflas de garras de león, decidió llamar al único que podría comprenderla. Sabés lo qué tenés que hacer, le dijo a Germán. El muchacho entró sigilosamente en la casa de Lucía, la abrazó por detrás y la durmió con un pañuelo embebido en cloroformo. Ahora él cuida de su prisionera, que delira con la vaca de Milka.



martes, 3 de julio de 2012

Dona Sangre Capítulo 1

Permiso, Almodovar. Permiso, Larry David.
Para Paz




Dona está tapada hasta la nariz con una frazada de polar. Yace de costado y observa la otra almohada, levemente hundida. Apoya la palma de su mano izquierda para hundirla un poco más. La mantiene un rato, hasta sentirla a su temperatura. Se duerme sin darse cuenta.
Cuando despierta ya es medianoche y está débil. Se levanta, sube las persianas del living y saca una bolsa nueva de la heladera. Se sienta en el sillón y desliza la aguja a 45 grados sobre una vena de su antebrazo. Mientras la sangre gotea, iluminada por la luna menguante, termina de escribir la carta que había comenzado a la mañana:

Canal Nueva Visión
Estimado Sr. López Medrano,

En el sobre encontrará el guión del capítulo piloto de una nueva serie cómica. Esta vez se trata de dos amigos que deciden hacer un pacto por el que deberán dejar sus vidas de solteros frívolos y comprometerse definitivamente con una mujer. Ese mismo día uno de ellos, Jorge, le pide matrimonio a su novia. Gerónimo, en cambio, decide cortarle a su novia porque la encuentra usando su cepillo de dientes. Cuando Jorge se entera de que su amigo no cumplió su promesa toma conciencia de lo que hizo y comienza a planificar estrategias para evitar casarse. Una semana después, Jorge aún con ha conseguido salirse del compromiso y Gerónimo se enamora repentinamente de una mujer que parece su versión femenina. Comparten el mismo cinismo, comen lo mismo y se plantean las mismas preguntas intrascendentes. Decide proponerle casamiento. Ese día Gerónimo encuentra a su prometida desmayada, con el sobre de una de las invitaciones del casamiento en la mano. En el hospital el médico le anuncia que su novia ha fallecido por intoxicación con un pegamento de mala calidad, probablemente de los sobres que había estado lamiendo. Jorge intenta disimular su felicidad y Gerónimo se enoja porque ahora solo él deberá cumplir la condena.
Espero que les resulte interesante.

saludos,

Dona Sangre

Suena el timbre de su departamento. Por la mirilla observa la cara estirada de Kevin. Abre la puerta y vuelve a sentarse.
- Siempre tan cordial, Donita!
- Por qué cambiaría a esta altura?
- Tenés razón, mejor ser una insoportable coherente antes que una buena persona imprevisible.
- Siiii, siii, lo sabés bien. Conseguiste lo que te pedí?
- Sí y te traje diez bolsas de plasma fresco.
- Bien, ponélas en la heladera porfa. Y dejáme el perfume en la mesa. Ah, y agarráte la plata.
- Esta vez la casa invita nena. Sabías lo de Alexis?
- Escuché algo...
- No te interesan los detalles?
- La verdad que no, pero asumo que a vos te interesa contármelos, así que largálos.
- Algún vampiro chismoso tiene que quedar no? Es un servicio a la comunidad después de todo. Parece que unos días antes de morir, Rita le había contado a Alexis que estaba conviviendo con su novia. Él le volvió a preguntar quién era pero ella no quizo saber nada con contárselo y se fue dando un portazo. Siempre había sido un hermano sobreprotector pero parece que ese día se le soltó la cadena. La siguió hasta que entró en la casa de Lara y...
- Si, ese día creo que había ido a devolverle los libros que Lara me había prestado a mi...
- Si, creo que si. La cuestión es que se fue convencido de que se había mudado con Lara y cuando Rita apareció muerta en el parque, Alexis creyó que ella la había matado. Al día siguiente la esperó en la puerta de la casa a que volviera del trabajo y la atacó ahí mismo. La enterró en el mismo lugar donde dejamos a Rita. Si no hubiera sido porque empezaron las obras para hacer el estacionamiento nunca habrían encontrado el cuerpo. Para cuando la policía fue a requisar su departamento Alexis ya se había fugado hacía rato.
- No lo culpo...
- Creo que serías la última persona que podría culparlo, después de todo...
- Lo mio fue distinto, intenté resistirme lo más que pude. Yo le dije que vivir juntas sería demasiado peligroso pero no quizo escucharme. Rita era demasiado orgullosa...
- Rita estaba demasiado enamorada
- Yo también y ese fue el problema...no quería perderla. La soberbia me cegó. Creí que iba a poder controlarlo, que era solo una cuestión de voluntad...Las primeras semanas fueron perfectas. Nos la pasábamos en la cama. Hasta tuvimos que cambiar los resortes del colchón.
- Si, no me lo recuerdes, que estas paredes parecen de durlok.
- Hasta que un sábado a la noche, cuando llegamos de la fiesta de Tarja, la tuve que cargar hasta la cama, de lo borracha que estaba. Se la veía tan delicada y vulnerable...tuve que salir corriendo del departamento. No volví hasta el alba. Nunca se dio cuenta de que me había ido.
- Todavía no entiendo por qué no se lo dijiste, ahí hubiera aceptado que no iba a funcionar.
- Creo que a esa altura no quería que lo aceptara. Ya estaba en caída libre, sabía como iba a terminar pero no podía sujetarme de nada.
- Sabés que el viernes se cumple un año no?
- Ah sí? no me digas? Noooo, si no pienso nunca en eso...me estás cargando? Si no huelo el perfume que llevaba esa noche no me duermo. Todo el tiempo siento en mis labios sus últimos latidos, mientras me sigue abrazando con la misma resignación amorosa, sin ninguna resistencia...Bueno, deberías irte. Mandá el nuevo guión al canal por favor. Poné la carta en el sobre.
- Está bien, tranquila. Pero ya la última vez que fui me bombardearon a preguntas, están desesperados por conocerte. No tenés idea del éxito que tuvieron tus últimas dos series.
- Si, ya se. Me importa un carajo. No necesitan ponerle una cara al guionista para juntarla con pala.
- Me imaginaba que ibas a decirme eso. Si querés puedo decir que soy yo...siempre me llamó el mundo del espectáculo...
- Hacé lo que quieras, pero ahora andáte
- Bueno, chau
- Chau

Una semana después todos los periodistas de espectáculos anuncian exitados que Nueva Visión estrenará otra comedia de la misteriosa guionista Dona Sangre. Como con las últimas dos, elucubran miles de teorías acerca de la verdadera identidad de la afamada escritora. El resto de los guionistas se dividen entre los que la acusan de plagio  y los aduladores obsecuentes. Varios intentan adjudicarse las obras, pero son los menos creíbles.

Continuará...



jueves, 28 de junio de 2012

PIÑA SUBTERRÁNEA


Por segunda vez, el lector magnético descuenta del Subtepass de Eugenia los dos pesos con cincuenta del pasaje. Pasa el molinete, baja las escaleras y camina esquivando a las personas que recién salieron de la formación. Entra al vagón, se sienta y respira hondo. El Rivotril sublingual todavía no le hizo efecto: su locutora interior no se calla. Pero ahora la ignora, porque a su lado toca el bongó la morocha bonita que vio la otra vez. De nariz parecida a la suya, con esa colina apenas pronunciada que no la hace ganchuda y hasta le da cierta personalidad. Los movimientos de sus manos son de una sencillez que para Eugenia resulta envidiable. Una cadencia que combina perfectamente con su sonrisa de artista hippie. Si Eugenia tuviera el valor necesario esperaría a que terminara de tocar y la invitaría a tomar algo. Arriesgarse a que la morocha se espante bien valdría la pena, piensa. Como el Rivotril sigue sin hacer efecto tiene los latidos a mil por hora y se siente osada. Cuando la chica pasa con la gorra Eugenia le pregunta de dónde es. La chica la mira intrigada, le dice que es chilena y en seguida se escapa hacia el otro vagón. Eugenia se siente frustrada porque sabe que perdió una oportunidad irrepetible. Sólo ha logrado un insignificante intercambio de palabras, tan esperanzador como triste, que sin embargo consigue domar un poco el murmullo en su cabeza.
Hace veinte minutos, Eugenia esperaba en el andén central de Constitución a que la puerta del subte se abriera. Ya había calculado que el tercer vagón era el más adecuado para salir cerca de la escalera mecánica en 9 de julio y ahora pensaba en la estrategia para entrar primera. Se regocijaba con la promesa de un asiento seguro. Su mirada rutinaria se había fijado en la masa de gente que estaba a punto de bajar por la puerta contraria. Al sonar la alarma, un malón ansioso comenzó a descender. Eugenia vio justo frente a ella, a través de su puerta que todavía no se había abierto, un gancho decidido y preciso, como para knock-out, que caía sobre la nariz desprevenida de una chica cualquiera. El gris de la escena en movimiento se tiñó de rojo intenso, chorro rojo denso, de película de Van Dame, pensó Eugenia. Algo le estalló entre el pecho y la garganta. Se le aceleraron los latidos potenciados por el ritmo imperturbable de la marea humana. Dos segundos más tarde la puerta de su lado se abrió, pero ella, pasmada, no pudo entrar. Vio a la chica con el rostro ensangrentado. Lloraba y le imploraba algo a un hombre de unos 30 años, que la empujaba con violencia. Ella no se defendía, sólo era arrastrada por la corriente.
Como tantas otras veces, un fervor mesiánico invadió a Eugenia. Era una mujer orgullosa que no temía exponerse a situaciones de riesgo. Al contrario, ansiaba el momento en que alguien le diera la excusa para salir en defensa de un oprimido, aunque éste no quisiera ser salvado. Cuando tenía que imponerse frente a la autoridad sentía en sus entrañas la fatalidad de la acción. Como una especie de calambre sordo en la boca del estómago, el sentido del deber le subía por la laringe y las palabras le brotaban combativas, dispuestas a morir en combate. Aunque Eugenia nunca lograba ese tono firme y entero, sin quiebres temerosos, que hubiera querido para esgrimir sus argumentos. Intentaba compensar esa falta inflando su pecho y levantando el mentón, con esa pose de marimacho que le reponía cierta confianza.
Sin perder de vista a la pareja, Eugenia se dio vuelta para perseguirlos y comenzó a correr por su andén, en paralelo a ellos. Tenía miedo de perderlos entre la multitud. Se chocó contra un hombre que la miró molesto pero ella siguió su marcha frenética. Subió las escaleras, segura de que la pareja las subía también del otro lado de la valla. Llegó a los molinetes unos segundos antes que ellos y vio que del otro lado había un policía desgarbado que caminaba sin interés. Cuando la pareja se disponía a cruzar, Eugenia le gritó al policía: ese tipo la acaba de cagar a palos!  El policía levantó las cejas y, molesto,  encaró al hombre. Él se pavoneó desafiante frente al policía, pero de pronto se dio vuelta, miró a la chica irritado y le dio un castañazo de revés.
Eugenia  sintió el impulso de abalanzarse sobre el hombre pero el cuerpo se le retobó. Si bien había sido la única de toda la estación en actuar, se sintió cobarde. Se sintió como uno de esos curiosos del morbo que se detienen para ver los accidentes. La chica era una de las tantas paqueras que pululan por Constitución. Eugenia lo sabía bien pero igual pensó que la estaba prejuzgando. Entonces se le apareció ese pensamiento infiltrado: “si está metida en esa, es menos víctima, ella se lo buscó”. Movió bruscamente su cabeza, negando un par de veces, para exorcizarlo. Logró sacárselo de encima. Se acercó a la chica. Sus manos la delataban, ennegrecidas por el hollín y las quemaduras, recuerdos del metal incandescente, la virulana y la pasta base made in Zavaleta. Las calzas medio caídas y una remera demasiado ajustada y corta dejaban al descubierto su estómago mórbido. Él, en cambio, iba bien vestido, zapatillas nuevas y campera Adidas. Ella le rogaba que le devolviera el celular y él la acusaba de regalada.
Perdida, Eugenia miró alrededor y buscó una complicidad que no encontró en nadie. Le exigió de nuevo al policía que detuviera al hombre; el policía acarició su arma reglamentaria y la miró a Eugenia con sorna. Finalmente sujetó los brazos del hombre por detrás, miró a la chica y le preguntó si quería denunciar a su novio. Dejálo, no le hagas nada, dijo ella mezclando lágrimas y sangre. Dejálo, escuchó Eugenia con reverberación y sintió que la escena se le alejaba, se deformaban los contornos y todo se confundía. Si hubiera podido zamarrear a la chica le hubiera gritado que era una deshonra para el género. Sin embargo, no pudo hacer más que mirarla, como si fuera a convencerla de rebelarse. Pero la chica sólo quería que él la perdonara. Como si nada hubiera pasado, el policía se desentendió y la pareja se fue por la escalera que daba a la calle Brasil.
Con los ojos hipnotizados por tres gotas de sangre que habían quedado en el piso, Eugenia se dio cuenta de que era la única que seguía en la escena y la única que la recordaría. Giró hacia los molinetes y sacó nuevamente el Subte Pass.