LO QUE FUE SIN SER
Debe ser lindo el lago, la verdad no lo sé. Porque
está siempre cubierto de esta neblina viscosa. Nos la pasamos dando vuelta tras
vuelta por la costa como si pudiéramos disiparla con nuestro movimiento. Hasta
que nos cansamos y caemos rendidos. Cuando recuperamos el aliento nos acercamos
gateando hasta el borde para chusmear lo que pasa a través del agua.
Siempre nos sentamos por grupitos: los que podrían
haber sido grandes personajes por un lado, los que vienen reencarnando, relegados
a la parte más baja y los simplones acaparamos el único sector con arena. Al
resto le toca el barro.
Ahora estoy siguiendo a una de las familias que yo habría
podido tener. Está por nacer mi no hermano en el interminable hospital Posadas.
Hasta puedo escuchar a la que nunca será mi mama en la habitación, con otras
tres mujeres, gritarle a la enfermera que rompió bolsa. Después la veo en William
Morris, las manos enrojecidas, lavando la ropa en el patio con agua
escarchada. Mi no hermano de seis meses
duerme en su cuna. Ahí lo veo también a
mi no papá guardando una caja con granadas y fusiles debajo de la cama,
mientras otra pareja prepara la comida. Desde el éter acuoso me llega el
estruendo de la puerta que estalla por el patadón del Sargento Bermúdez.
Ratatatata y se llevan al bebé.
Algunos años más tarde, que para mí fueron unas
vueltas más al lago, la veo a mi no abuela. Lleva las cuentas del reparto de
fideos en Padua y le prepara la comida a mi no tía, como un día cualquiera. (Los
otros retoman la caminata pero yo me quiero quedar mirando en el lago). Ahora
mi no abuela está en la fila del banco y charla con la cuñada del Sargento Bermúdez.
Que grande que está tu nene!, le dice mi no abuela. Se le nota que reconoce los
ojos de su hija y el pelo de su yerno, pero no parece triste. Ni enojada, ni
melancólica. Tiene la cara de nada de las viejas que hablan por hablar en el
banco.
Estoy de nuevo sobre mis pies sin encontrarme en la
neblina. Me muevo junto al resto pero no creo estar donde debo. Será que el
aire se resiste a mi paso o la orilla ya no soporta mis talones, pero quiero
detenerme. Lentamente me pierdo. Mis rodillas de nuevo sobre la arena, me
inclino y mi reflejo aparece. Disperso las ondas con mi dedo y el agua del lago
se convierte en una casa venida a menos. En el piso de la cocina la cuñada del
Sargento Bermúdez se desangra. Mi no hermano está sentado a su lado, tiene
barba y un Tramontina en la mano. Niñooo, deja ya de joder con la
pelota...sigue cantando Serrat, pero él no puede escucharlo bien. Tiene un
tapón de recuerdos en el oído y una maraña de imágenes y gritos se le agolpan
detrás de los ojos, entre las sienes, amenazando con estallar en miles de falsas
esquirlas.
Dejame sentir tu desconcierto hasta desintegrarme
en la neblina.