lunes, 4 de agosto de 2014

Lo que fue sin ser - Micromonólogo (frustrado) x la Identidad

LO QUE FUE SIN SER

Debe ser lindo el lago, la verdad no lo sé. Porque está siempre cubierto de esta neblina viscosa. Nos la pasamos dando vuelta tras vuelta por la costa como si pudiéramos disiparla con nuestro movimiento. Hasta que nos cansamos y caemos rendidos. Cuando recuperamos el aliento nos acercamos gateando hasta el borde para chusmear lo que pasa a través del agua.
Siempre nos sentamos por grupitos: los que podrían haber sido grandes personajes por un lado, los que vienen reencarnando, relegados a la parte más baja y los simplones acaparamos el único sector con arena. Al resto le toca el barro.
Ahora estoy siguiendo a una de las familias que yo habría podido tener. Está por nacer mi no hermano en el interminable hospital Posadas. Hasta puedo escuchar a la que nunca será mi mama en la habitación, con otras tres mujeres, gritarle a la enfermera que rompió bolsa. Después la veo en William Morris, las manos enrojecidas, lavando la ropa en el patio con agua escarchada.  Mi no hermano de seis meses duerme en su cuna. Ahí lo  veo también a mi no papá guardando una caja con granadas y fusiles debajo de la cama, mientras otra pareja prepara la comida. Desde el éter acuoso me llega el estruendo de la puerta que estalla por el patadón del Sargento Bermúdez. Ratatatata y se llevan al bebé.
Algunos años más tarde, que para mí fueron unas vueltas más al lago, la veo a mi no abuela. Lleva las cuentas del reparto de fideos en Padua y le prepara la comida a mi no tía, como un día cualquiera. (Los otros retoman la caminata pero yo me quiero quedar mirando en el lago). Ahora mi no abuela está en la fila del banco y charla con la cuñada del Sargento Bermúdez. Que grande que está tu nene!, le dice mi no abuela. Se le nota que reconoce los ojos de su hija y el pelo de su yerno, pero no parece triste. Ni enojada, ni melancólica. Tiene la cara de nada de las viejas que hablan por hablar en el banco.
Estoy de nuevo sobre mis pies sin encontrarme en la neblina. Me muevo junto al resto pero no creo estar donde debo. Será que el aire se resiste a mi paso o la orilla ya no soporta mis talones, pero quiero detenerme. Lentamente me pierdo. Mis rodillas de nuevo sobre la arena, me inclino y mi reflejo aparece. Disperso las ondas con mi dedo y el agua del lago se convierte en una casa venida a menos. En el piso de la cocina la cuñada del Sargento Bermúdez se desangra. Mi no hermano está sentado a su lado, tiene barba y un Tramontina en la mano. Niñooo, deja ya de joder con la pelota...sigue cantando Serrat, pero él no puede escucharlo bien. Tiene un tapón de recuerdos en el oído y una maraña de imágenes y gritos se le agolpan detrás de los ojos, entre las sienes, amenazando con estallar en miles de falsas esquirlas.

Dejame sentir tu desconcierto hasta desintegrarme en la neblina.