Cuando ya se creía curada, Lucía sucumbió al irresistible
impulso de comer chocolate. Pegada al fuego, con pantuflas de garras de león,
decidió llamar al único que podría comprenderla. Sabés lo qué tenés que hacer,
le dijo a Germán. El muchacho entró sigilosamente en la casa de Lucía, la
abrazó por detrás y la durmió con un pañuelo embebido en cloroformo. Ahora él cuida
de su prisionera, que delira con la vaca de Milka.
amé esta microficción!! gracias Calliope!!
ResponderEliminarjejejee tuve cierta inspiración! gracias amigaaaaa!
ResponderEliminarGenial!!
ResponderEliminarGracias!!
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