martes, 12 de junio de 2018

Vegetando



El funcionario N° de Legajo 9123 sintió que unas pequeñísimas agujas le pinchaban las plantas de los pies. Trató de no darle importancia, pero era tal la incomodidad que no podía concentrarse en los formularios que debía terminar de leer. Sus compañeros de isla comenzaron a notar que algo no andaba bien y cada tanto le pegaban una mirada de reojo, cogoteando por arriba de los CPU para entender qué lo inquietaba tanto. La picazón se le hizo tan punzante que se levantó y fue caminando, como pisando huevos, hasta el baño. Se sentó en uno de los cubículos, se sacó los mocasines a los apurones, se quitó las medias y allí las vio. Diminutas, casi transparentes, despuntaban las raíces y se enredaban en un contoneo rizomático. Desde los talones, desde el arco y hasta desde las comisuras entre los dedos aparecían las muy malditas. El funcionario quedó entonces perplejo. No entendía cómo algo tan desagradable podía estar pasándole a él, que siempre se lavaba los pies con Espadol a la mañana y a la noche. Recordó en ese momento algo que no parecía venir al caso pero que sin embargo le resonaba como rumor epifánico: ese día él cumplía treinta años como empleado de planta del Instituto. Treinta años de pulcro presentismo, de expedientes girados, de charlas sobre nimiedades. Treinta años de monótona fidelidad a la función pública.
Cuando se quiso dar cuenta le estaban tocando la puerta del baño para ver si se encontraba bien. Salió medio atolondrado y bromeó sobre su colon irritable y lo mal que le caían las berenjenas al escabeche que preparaba la escuálida de Mesa de Entradas. Volvió a su escritorio, pero no pudo retomar la lectura de los formularios, menos que menos contestar los expedientes que tenía atrasados hacía varios meses. Una y otra vez volvía la espantosa y desesperante idea de estar convirtiéndose, finalmente, en potus. Los primeros años de trabajo en el Instituto solía exagerar con sus amigos sobre su predecible cotidianidad en la oficina y muchas veces había elegido la analogía vegetal para describir a sus compañeros funcionarios. Recordaba que siempre tomaba de punto al funcionario N° de Legajo 6872 porque todo su día consistía en escanear informes. Era, como le encantaba bautizarlo, un escáner humano. Sin embargo, debía reconocer que ese funcionario había desarrollado cierta destreza en quitar ganchitos metálicos, separar las hojas, colocarlas boca abajo sobre la bandeja, oprimir el botón, escuchar el tenue zumbido del escaneo, volver a juntar las hojas y abrocharlas definitivamente para ser guardadas en una de las tantas cajas de archivo de informes sociales. Pero ahora que recordaba, el escáner humano tenía también la tarea de enviar el Excel con las asistencias y ausencias, por lo que diariamente, cerca del mediodía, repetía la misma pregunta a quien tuviera más cerca: ¿Fulanita, hoy el parte todo igual no? 
La sola presencia de los funcionarios potus, hace treinta años, le resultaba asfixiante. Sobre todo, le enervaba como podían convertir asuntos intrascendentes en verdaderas catástrofes bíblicas, como aquella vez que subió el coordinador de Orientación al Público para corroborar a qué área correspondía cada interno y así poder derivar los llamados a las personas adecuadas. Tal atisbo de eficiencia indignó a sus compañeros de sector de tal forma que se pasaron una semana criticando al pobre tipo que había osado venir a interrogarlos sin la orden del superior inmediato. Luego de ese episodio el funcionario de Orientación terminó pidiendo el pase al sector de Archivo porque todo el primer piso se había complotado para quejarse cada vez que derivaban un llamado.
Absorbido por la rumiación en el pasado estuvo unos cinco minutos mirando sin entender a la funcionaria N° de Legajo 4509 que se había acercado a hablarle. Sus labios se movían histriónicos, pero él escuchaba deformidades distantes como debajo del agua. Recién cuando la aparatosa funcionaria le pasó un mate, el funcionario salió de su transe y comprendió que la mujer estaba furiosa porque la Subsecretaria no autorizaba aún su nombramiento como responsable de un nuevo Departamento. Que cómo podía ser que los técnicos tuvieran su digno Departamento, pero ella siguiera dependiendo de la Gerencia Operativa sin el debido reconocimiento a su antigüedad y constancia. Que siempre pasaba lo mismo con las nuevas gestiones, las autoridades cambiaban y así pasaban los años sin subir su merecido escalafón en la escalera burocrática. Se sumó entonces el funcionario N° de Legajo 5412 para agregar indignación a la cháchara, recordando aquella vez en que el Subsecretario anterior había nombrado una persona de su confianza en el puesto que le correspondía a él. A pesar de la enfermiza sensación de estar brotándose por los poros más indeseables, el funcionario N° de Legajo 9123 se las arregló para participar del chismerío como había hecho con particular esmero durante tantos años. Cuando miró nuevamente el reloj en la computadora eran ya las 14:30 y faltaba solo media hora para el final de la jornada, por lo que el éxodo había comenzado. Sin atinar a emprender la retirada se pasó diez minutos mirando la playa paradisíaca que tenía de fondo de pantalla. Luego el funcionario acomodó sus papeles prolijamente en su cubículo, se colocó el tapado y la bufanda, guardó veinte expedientes polvorientos en su portafolios y se dirigió lenta y penosamente hasta el Área de Adjudicaciones. Allí buscó al funcionario N° de Legajo 4210 y lo encontró en uno de los escritorios del fondo tomando mate con la gente de Regularización. Se le acercó y en voz baja, como para que no escuchara el resto, le entregó los expedientes con la recomendación de elevar la comunicación oficial para darle curso a las solicitudes. Después de todo los beneficiarios ya habían esperado cinco años y le parecía un tiempo razonable. Luego de bromear sobre el nuevo Subsecretario se tomó un par de mates, comió un librito recién horneado y siguió su rumbo por el pasillo de Escrituraciones. Abrió la puerta de emergencias con su huella dactilar, subió los cuatro pisos y salió a la terraza. Colocó el portafolios en la banqueta de fumadores, se sacó el tapado y la bufanda y los estiró prolijamente. Sacó de su bolsillo un atado de Virginia Slims, prendió un cigarrillo y se demoró un par de minutos pitando mientras observaba a los de Caratulaciones a través de los ventanales del tercer piso. Tiró la colilla al suelo y la estrujó con la suela de su mocasín hasta desarmar el filtro. Luego se acercó a la baranda, se ajustó la corbata y se tiró.



No hay comentarios:

Publicar un comentario