sábado, 1 de septiembre de 2012

El viaje que no fue




Acontecimiento tan esperado como temido, aquel día templado de septiembre mi madre decidió que volveríamos en colectivo. Salimos de la concheta Villa Ocampo a eso de las seis de la tarde y el ocaso apenas se insinuaba. Mientras yo escribía esta cursi descripción la miraba de reojo y me reía para molestarla. No habían pasado ni quince minutos cuando comenzó a carraspear incómoda.

Siempre tarda tanto el colectivo? me preguntó disimulando su creciente inseguridad. Y...si, es el 60, le respondí. Se puso la cartera en su regazo, la abrió, la cerro. Se acomodó el chal por encima de los hombros y lo bajó nuevamente hasta trabarlo alrededor de sus codos. Porque está oscureciendo, dijo bajito.

Los factores de riesgo comenzaban a sumarse en su cabeza, tan vívidos como secuencias de una película de terror. La avenida Libertador a la altura de Beccar, se convertía para ella en una ambientación que propiciaba la escena trágica. Un lugar inhóspito, como una de esas estaciones de servicio abandonadas, al costado de una ruta donde pasaban autos y camiones a las chapas, indiferentes a las desafortunadas protagonistas. Debe ser el peor lugar para esperar un colectivo, insinuó. Es tremendo el ruido, parece que salieran disparados los autos... y encima el humo de los caños de escape... como que te cierra la garganta, no?, dijo como sugiriendo un cambio de planes. Si, reíte, ya se que te estoy dando material para una de tus historias, se dio cuenta medio ofendida. Pero la verdad que podríamos ir caminando, quizás encontramos una remisería, soltó casi como una súplica.

Ante la inminencia de un ataque de pánico no tuve más remedio que dejar las notas y comenzar a caminar. La suerte quizo que la curiosidad nos ayudara. A una cuadra de la parada había un museo de arte contemporáneo y como se veía interesante propuso que lo visitáramos. La entrada era cara y ya estaban por cerrar, pero se ve que la chica de recepción se apiadó del aspecto desahuciado de mi madre y aceptó pedirnos un remis. Hasta nos dejó esperar en el hall y aprovechar para dar unas miraditas furtivas a las obras. Una en particular me llamó la atención, una gigantografía con la foto de una instalación al aire libre. Era una mujer hecha en papel metalizado, parada, planchando una especie de bebé sobre la tabla. Todavía intentaba descifrarla cuando la chica nos avisó que el remis había llegado. Apenas nos subimos -era una cómoda Kangoo por cierto- nos pasó raudo el 60, dándole la razón al tan mentado Mr. Murphy. Igual seguro no iba a tener asiento, dijo relajada y conforme mi madre.

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