miércoles, 4 de febrero de 2015

Nueva serie: Historias de miércoles





Estas coles son las mieses de nuestros ancestros.
Klaus, el dorado

No sé qué es lo peor, la verdad no lo sé. Creo que ese paso pusilánime del peón, ese desperdicio gratuito de un casillero al inicio del juego. Si te lo están dando de yapa, por qué resignarlo???? Nadie en su sano juicio deja pasar el ingreso al cuadrado central. Y los que así se mueven deberían estar sentados en este sillón, no yo!!!!
Crash. Se rompe el cenicero de cerámica contra el piso. Abren la puerta. Jefa de enfermeras: Todo bien? Si Matilde, tranquila, fue una torpeza nomás. Dice Jacobo.
Por qué te enoja tanto que las blancas se muevan un casillero en vez de dos?
Es que no es solo eso!!. Si Esther aprieta un poco más la uña del índice derecho contra el huequito detrás de la rodilla puede que logre un pequeño corte. Pero él le ofrece un cigarrillo.
Ese avance no es más que un acto de cobarde negligencia doctor. Es abrir una diagonal oscura y tan despejada a la vez. Una ruta sin sobresaltos que abre el juego con una sentencia de muerte para el pobre dignatario blanco. Un movimiento temerario, mucho más contranatura que los degenerados del otro pabellón. 
Los ojos de Esther se clavan en el portarretratos sobre el estante de la biblioteca, detrás del Dr. Carrizo. Cuenta la cantidad de escalones que descienden los novios.
Son seis. d3 es justo la mitad...dice Esther mascullando. Sus pupilas se pierden y vuelven por casualidad a los ojos de él. Ella casi nunca deja de sostenerle la mirada, como si la sujetara alguna especie de respuesta inminente. 
Cuando el peón avanza hasta d3 no está solo dejando vulnerable al rey. Le abre el juego al alfil defectuoso, al segundón, y lo peor es que la reina debe mirarlo todo, impávida. No podrá todavía conquistar su libertad y terminará probablemente sacrificándose por el soberano. Es enervante...dice.
La sesión termina justo con el timbre del almuerzo. Esther camina por el pasillo con las manos en los bolsillos de su pantalón de corderoy marrón, rascando la madera de un caballo negro. Estrictamente solo le queda la cabeza del caballo, aunque hace más de un año que lo lleva a todos lados con ella. Se detiene junto a la ventana para intentar descubrir quién la trae a la psiquiatra nueva. Ahí baja de un taxi sin ningún acompañante, corre hasta la entrada protegiéndose de la lluvia con su portafolios y se pierde en el hall. Quizás podría pedir cambio de psiquiatra, después de todo a Teresa se lo permitieron., aunque en realidad ella no...
Hay una revista entre el respaldo del banco de madera, el de las visitas, y la pared. Se ve que se le cayó a alguien pero no hay nadie para reclamarla. Es una de variedades de hace un par de años aunque no reconoce a nadie en la portada. La hojea apurada, mojándose el anular cada tres páginas. Casi llegando al final reconoce una foto. Es Kasparov, en una entrevista después de la revancha contra Deep Blue. Abrió con d3, Kasparov abrió con d3!. Lo repite varias veces más en automático, como un mantra ahogado por el barullo de platos y cuchillos.








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